Desde que tengo 22 años -bastante tarde, en comparación con una gran parte de la población mexicana- soy parte de eso que llaman «fuerza laboral», «población económicamente activa» o simplemente «el sistema».
Incluso estando desempleado, siendo estudiante o NiNi, es muy difícil no estar inmerso en el sistema. Nosotros los asalariados somos los más mansos y manipulables, pues nos han hecho suponer que vivimos una de las formas con más «grados de libertad» dentro del sistema laboral, hecho que con el tiempo va probando su falsedad. Aunado a esto, el saber que hay muchas otras formas de sustento, como el empleo informal y tantas otras que rayan en o llanamente son pura explotación (trabajo doméstico, sólo por dar un ejemplo), los asalariados nos sentimos «a salvo».
Mi sistema laboral es totalmente voluntario, pero no está exento de muchas características abusivas que consciente o inconscientemente acepto, a cambio de la seguridad/estabilidad que un empleo con contrato por tiempo indefinido me proporciona.
Sin embargo, y no sé cómo sentirme respecto a esto, creo que, mal que bien, siempre he podido elegir donde colocarme, e incluso pude renunciar a un trabajo cuando lo consideré necesario.
Sé que no cualquiera tiene esas opciones y por eso sé que hablo desde el privilegio. En parte ficticio y a la vez real, pero privilegio a fin de cuentas.
Después de ese breve análisis social, me enfoco en mi continua resistencia a abrazar por completo el esquema que elegí (y, por ejemplo, tener hijos y endeudarme sistemáticamente) y puedo darme cuenta de que además de la ganancia monetaria que obtengo a cambio de regalar mis horas y mis años más útiles a una corporación, hay algo mucho más significativo en ello.
No sé si todo esto sea por tratar de darle sentido a algo que si lo veo en macro no le encuentro ninguna utilidad social (el sistema financiero), pero en micro, en mi vida de hormiguita, sí tiene una utilidad muy grande.
Lo que realmente me ha abierto la cabeza al trabajar es que literalmente me ha ido empujando a superar muchos de mis miedos personales, miedos que de otro modo seguiría evitando desde alguna zona de confort. Como estudiante la dinámica de poder es diferente y uno puede mantenerse al margen, o por lo menos ir piloteando muchas situaciones sin enfrentamientos, pero trabajando esto se vuelve virtualmente imposible.
Y yo siempre he tenido miedo a los enfrentamientos.
Empezando por lo básico, uno de mis grandes miedos personales es hablar con gente. Gente nueva, gente antigua, mi tendencia natural es solitaria, una soledad que sólo rompo de vez en cuando, cuando creo que es necesario. Trabajar me enseñó a trascender esa comodidad de la soledad y saber aprovechar la compañía, mucho más allá de la compañía en la vida de estudiante, que es tan voluntaria y conveniente. En el trabajo tuve que acostumbrarme a esa intimidad forzada que te hace tener que aprender a convivir con gente distinta, muy distinta a ti. Tener que pasar más horas con ellos que con tus amigos o familia, y no matarse en el proceso. Nadie pretende que termines haciendo grandes amigos, solamente que podamos llevar la fiesta en paz es todo un viaje.
El siguiente miedo, después de tener que estar y hablar con gente por tiempos prolongados, es tener que confrontar gente. Como dije, siempre he huido a los enfrentamientos (familiares, con amigos, de pareja) y el trabajo me pone en situaciones en donde no sólo no debo evitar el enfrentamiento sino que debo gestionarlo y en muchas ocasiones, provocarlo yo misma.
La tercera y más profunda cara de mis miedos es el tener que atravesar enfrentamientos con hombres. Antes solía decir que me era mucho más fácil trabajar con hombres que con mujeres, porque ellos son menos emocionales y toman las cosas mucho menos personales que las mujeres.
Craso error.
Trabajando descubrí que los hombres son igual de emocionales que las mujeres, y son dados a tomar las cosas personales tanto o más que ellas, con la diferencia de que viven prácticamente desconectados de sus emociones y pretendiendo ser fuertes y estables aún cuando no lo son. Lo que no siempre facilita el trato con ellos.
En resumen: a pesar de que trabajar muchas veces me ha hecho llorar sangre, y sobre todo me ha hecho preguntarme más de una vez: «voy a hacer esto hasta cumplir 65 años?», también me ha ayudado a crecer en varios aspectos que aplico no sólo a la vida laboral sino también a la personal. Es un hecho que aunque lo laboral y lo personal son facetas independientes en la vida humana, en realidad no son tan ajenas entre sí como parecen ser.
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